Todos tenemos algún atributo físico que queremos cambiar o mejorar. Todos. Este deseo forma parte de la naturaleza humana. Nuestro instinto de supervivencia y de perpetuación de nuestra especie y descendencia nos lleva, de manera instintiva, a desear tener un aspecto saludable y joven. A no querer envejecer.
A pesar de este deseo, hay personas que aceptan las características físicas que han heredado y desarrollado a lo largo de su vida y, como consecuencia, no sufren por su aspecto. No se trata de indiferencia, pues su físico les importa y preocupa de manera razonable y se cuidan para verse lo mejor posible; pero durante la mayor parte del tiempo se aceptan como son, aceptan las imperfecciones como algo natural, ya que la perfección no existe.
En cambio, existen muchas otras personas que no se aceptan tal y como son desde un punto de vista físico, se preocupan de manera obsesiva originando una falta de autoestima, comparación continua con los demás, enfado, frustración, aislamiento… En definitiva, sufrimiento.
Hasta hace unos años, o bien aceptabas tu físico o bien sufrías por él. No existía alternativa. Pero en la actualidad, con la gran oferta y avances en medicina y cirugía estética, existe una alternativa al que sufre por su aspecto: puede cambiarlo en gran medida para acercarse lo máximo posible a los estándares de belleza.
Cuando cambiamos, mejoramos o eliminamos un defecto estético podemos hacer que el paciente se encuentre mejor, se vea bien y como consecuencia deje de preocuparse y de sufrir constantemente. Hemos “curado” al paciente.
Sin embargo, hay que tener en cuenta que este sufrimiento por el aspecto físico puede deberse a un problema psicológico y no a un defecto físico en sí. Puede no existir un problema estético y que el paciente sí se lo vea. Esto ocurre con el trastorno dismórfico corporal (dedicaremos otra entrada a este tema). En estos casos, a pesar de tener un aspecto físico satisfactorio para todo el que le rodea, el paciente va a tener una autoimagen distorsionada de sí mismo, viéndose un defecto estético que no es objetivo. Así, existe el riesgo de que cualquier mejora que se consiga en el físico nunca sea suficiente para el paciente y que le lleve a someterse continuamente a procedimientos estéticos, tanto médicos como quirúrgicos.
En la consulta valoramos al paciente desde un punto de vista global, atendiendo también a los procesos psicológicos que llevan a mis pacientes a querer mejorar algo de su aspecto. Valoramos cuánto se aceptan, cuánto sufren y, poniendo en una balanza los riesgos y beneficios de los tratamientos, proponemos aquellos que son adecuados a su problema.